Historias de Enero
Dickens relató la realidad social de la Inglaterra del siglo XIX y, con pequeños cambios, nosotros tenemos otra Navidad que no se aprecia. Cuando amanece en Orihuela... por las calles hay silencio, no hablan mucho, sólo llevan una bolsa con comida. Son hombres y mujeres de todos los orígenes y culturas que viven en la ciudad o sus pueblos. Su ilusión es mejorar su pasado aunque tengan que posar en las frías esquinas hasta que se los lleven las furgonetas al tajo de Cartagena, Villena o Almería, demasiado lejos. Sueñan con un trabajo aquí, más cerca, ya que la obra o el campo son duros en invierno. Encogidos por el fresco de la mañana, parecen ilusionados y preocupados al mismo tiempo, pues la cosa no está para lecheras. Han dejado a sus hijos en la cama, hay que comer, pagar el alquiler y mandar dinero a la otra parte del mundo, a sus familias.
Otros van camino de la oración coránica a la mezquita, bajo el monte San Miguel. Son musulmanes de rostro relajado que rezan hacia la alquibla el primer Salat del día. Son las siete. Han realizado la ablución en su casa ya que de momento no se pueden lavar en el actual templo, antigua cochera cercana a la Plaza Vía Manuel. Cuando terminen sus letanías se dedicarán a sus quehaceres como el resto de mortales. Ven por la calle a compatriotas que no son bien vistos, han abandonado la senda del Corán, avergüenzan a su cultura y valores con vicios occidentales rechazados también por lo occidentales. Parece que discuten... Se entristecen cuando piensan que pueden ser atraídos por el proselitismo de la marca Al-Qaeda, mas ligada a intereses terrenales que de fe en esta era postmodernista.
Los hay con suerte, de verdad, y encuentran unas monedas en el bolsillo al tiempo que abre algún bar de barrio. Los más avispados ojean los titulares del periódico de barra mientras apuran su café mirando a la calle, cogen su nevera, se marchan, su furgón llegó... Otros con mirada perdida, embriagada con olor a café, piensan en ese empleo que no llega o esa suerte que no cambia, les importa un bledo la ilusión maquillada de la Navidad...
Las cafeterías chic del centro están concurridas. Se oyen risas, ningún desaire a sus vecinos de barra, solo patrióticas críticas futboleras y otras parodias invernales, risas que si «el tren no lo entierra ni dios», que si «a Medina le entró el picudo y las prisas», que «la autopista de enlace se hará por huevos», que si «La Lorente consiente y Ballester se resiente», que si «Franco dejó de ser general para disfrutar de concejal», que «el río no huele» carcajadas.
Las calles se llenarán de niños con olor a imprenta en sus mochilas, sin preocuparse por el futuro que les aguarda, son niños. Allí en las escuelas e institutos se observa el mundo que viene y no le prestamos atención. Así es Orihuela, adormilada, a primera vista.
¿Racismo, xenofobia, etnocentrismo, intolerancia o falta de respeto? Sólo es cuestión de percepción, como dijo Dickens «hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar».
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