Castillo de Orihuela, testigo mudo de la decadencia
El que descuida su cabeza destruye su alma.
No digo esto para aumentar la renta de los barberos ni me estoy ensarzando con las mujeres insinuándoles su superficialidad por esmerarse en sus cabellos descuidando su masa gris. No es eso y lo digo ahora que los hay que ven fantasmas alrededor. Esta frase la he metido en los buscadores para ver si tenía que mencionar a su célebre autor porque me ha surgido cuando llegaba a Orihuela desde las afueras viendo las ruinas del castillo. Cuando el viajero de antaño se acercaba a la ciudad noble leal y todo eso que está perdiendo con el paso de los años, lo que primero observaba era la imponente fortaleza que la coronaba y luego las murallas que la circundaban y los mercados que se celebraban a sus puertas.
Ya dediqué un artículo al castillo de Orihuela al igual que el ilustre bloguero Antonio Pérez y otros, que ahora no, a parte de los estudios serios que se han realizado al respecto. Pero es necesario inferir en la, no ya necesidad de seguir insinuando la reconstrucción del castillo de Orihuela sino en la posición que se está adoptando en referencia a la historia que hizo crecer esta ciudad. Estamos distrayendo los lazos que dan sentido a nuestro pasado y los restos de esos visos de historia los destinan a festines y jaranas; perdón, a otros menesteres. No hay un euro público para el castillo pero cada año colocamos las banderas para festejar la liberación.
Ya en las "contabilidades" anteriores al renacimiento oriolano existían partidas que sufragaban los gastos de obra de mantenimiento del castillo y existía el oficio que se encargaba de reparar la mampostería, pero eso es historia y no interesa. No da resultados, dicen. No es que estemos inmersos en una etapa de revisionismo, es que mirar al castillo y pensar que hay que subir materiales ya produce tortícolis a los que manejan la contabilidad pública de ahora así que mejor mirar abajo o para otro lado. En cierta ocasión ya expresé que vivimos de espaldas a la historia y un símbolo de nuestra historia es el castillo de Orihuela que en una mañana soleada tras una noche de lluvia, sus muros adquieren el color sonrosado que tenía la fortaleza cuando se erigió. Es como si quisiera recordarnos que sigue ahí como recuerdo de su relevancia para amparar a los de abajo que a mucha honra nos está diciendo que qué nos pasa que no le tenemos en cuenta que sigue ahí como al principio, dominando el valle. Que sigue ahí a ver si de fiesta en fiesta, tenderete en tenderete y promesa en promesa alguien con mas poder que cualquier oriolano de a pie, le tiene en consideración de verdad, pero sin prisa, que todavía es lo que primero que se observa en lo alto cuando alguien se acerca a Orihuela, por donde venían los de antes. Ahora es posible que se entienda la frase inicial, aplicada a la ciudad.
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