Muros
El muro de Berlín estaba condenado desde que lo erigieron precipitadamente.
En el verano de1989 había terminado mi deber con la patria al terminar el servicio militar de un año y me encontraba en ese periodo en el que se compagina el trabajo con la preparación de oposiciones. Estabamos cenando cuando en el telediario de las nueve ví como se derumbaba unas paredes de hormigón. Mientras cenábamos la coliflor, mi padre me recordaba la postguerra de los cuarenta en la que pasaban penurias por la falta de casi todo. Pero yo miraba la tele. Miraba el simbólico hormigón que separaba dos formas de vivir en común. Algunos lo llamaban dicta-dura de izquierdas aunque yo no soy dado a las orientaciones cardinales a la hora de encajar el espectro de regímenes políticos y sistemas de gobierno con el disfraz de la democracia.
La materialización de una orientación política en sus leyes sin tener en cuenta la desviación del juego democrático en las arenas políticas produce resultados dispares y direcciones erróneas creyéndose en el camino adecuado. Es como el que está dentro de una lavadora en la fase del centrifugado con la puerta abierta, puede salir hacia cualquier parte desde un mismo lugar. Tanto es así que una democracia puede convertirse de facto en un sistema tan duro como el que soportaban los vecinos del olvidado Telón de Acero.
Hay ciudadanos que se sienten ahogados en libertad y prefieren ser guiados como corderos por la voluntad autoritaria y piramidal de un solo partido que es lo mismo dedir, de un solo mandato o dictado. El silencio y desmovilización del ciudadano que vivía bajo las directrices de Moscú se entiende si tenemos en cuanta la guerra que arrasó Europa y el hueco que rrellenó la utopía que fluia de la URSS. Hoy en día también hay ciudadanos que no están de acuerdo con su polis ni con su gobierno pero calla y sigue a la mayoría y otros no saben ni contestarán nunca, simplemente viven como las plantas, van a la deriva guiados por la corriente.
El muro de Berlín no se tiró en una sola noche por la valentía de los alemanes del otro lado a sabiendas que los expertos tiradores de la frontera iban a terminar con sus ansias de libertad. Hizo falta el trabajo de excelentes estadistas de ambos lados de la pared durante años y una prolongada crisis política-económica-social del sistema comunista de la Unión Soviética. Estaba claro lo que quería la gente y empujaba el hormigón con todas sus fuerzas. Era evidente que el sometimiento a un sistema político aparatoso y con la legitimidad en bancarrota, caería en cuanto la población alcanzase una madurez política propicia.
Hay todavía muros invisibles que evitar y otros que por desgracia dan la cara de un día para otro y derribarlos va a costar. La libertad no se nutre de dictados externos asumidos en la fácil y sumisa voluntad interna del ciudadano, que mal educado en cultura política, es capaz de aceptar el estrangulamiento de su propia libertad. Pero la utopía hoy en día no es proponer algo totalmente nuevo prometiendo que funcionará, como una fórmula de laboratorio. La verdadera utopía hoy es mejorar, es volver, es apartar y es, en definitiva, defender la libertad, la mía, la suya y la del desconocido vecino como referente y guía. No es utópico esforzarse, es lógico. Lo que no es aceptable y eso si que es para mí una utopía es observar la desmovilización de las inquietudes democráticas de los que se creen que la libertad anda y se regenera sola. En definitiva, la sumisión del ciudadano esclaviza y en la esclavitud no hay libertad que valga aún flotando en democracia.
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