Orihuela capital
En un valle alejado de la capital, vivían los oriolanos inmersos en sus tareas cotidianas. Estaban tan ocupados en sus problemas y torrenteras que no observaban el estilo de vida capitalino cuyos habitantes también estaban inmersos en sus cosas y no observaban la forma de vida apacible de los habitantes del valle.
En ocasiones, unos y otros se reunían en el mismo café e intercambiaban experiencias, anécdotas y enfoques dispares de los mismos asuntos. Con el paso de las horas, dos de ellos se distendían y se lo pasaban pipa riéndose a golpe envites lingüísticos y buen coñac.
El que vivía en el valle le decía al de ciudad capitalina que eran unos atrasados para algunas cosas y unos esnobs de mucho cuidado para otras. Que lo de poner otra vez el tranvía cuando ya lo tuvieron era de ser un poco bobos.
Además, disfrutaban de menos cosas que los del valle por que tenemos una agricultura que le da de comer a medio mundo mundial. Castillos ruinosos como el de Orihuela que por lo viejo que es no hay ni que apuntalarlo como el suyo. Hermosas iglesias que se confunden con los palacios señoriales. Poetas famosos que pastoreaban por la sierra. Compositores ilustres. Un cuadro de Diego Rodríguez de Silva y un autóctono como Agrasot. Yacimientos prehistóricos como el de San Antón y los Saladares. Políticos en la Diputación y por si no lo sabía, la capitalidad estaba también en Orihuela, aspecto que sorprendió a él mismo por la forma de mecer la copa de Courvoisier.
El de la capital, al oír la argumentación, reía sordamente y cuando pudo articular frases le espetó al oriolano del valle que tenía mucha suerte. Suerte por vivir en una ciudad en pleno valle, agraciada por su pasado, con teatro, monumentos nacionales y un comercio moribundo como el río y su huerta, pero eso si, que nadie toque las fiestas de moros ni las procesiones intercontinentales.
Sin embargo, no prestaban atención a los asuntos de importancia comarcal empeñados en convencer a Valencia que con la señera e historia gloriosa, bastaba para atraer dineros e inversiones. Que Orihuela la ilustre estaba perdiendo lustre a pasos agigantados aún contando con todo un señor diputado en Les Corts y cabezas locales en Diputación.
Tras un último trago al coñac, el capitalino le endiñó otra andanada diciendo que su gallina de los huevos de oro, las playas, empezaban a oírse y no podrán aguantarlas mucho ni en las municipales ni en inversiones. El del valle prendió su último Montecristo y con voz ahogada dijo envuelto en una cortina de humo blanco, que eso, estaba controlado. Risas y más coñac.
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publicado en La Verdad el día 25 de Mayo
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