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Jesús Ruiz...desde Orihuela

El Casino de Orihuela

El Casino de Orihuela
U n empresario oriolano, ácrata en la intimidad y de segunda opción republicano, me dijo ayer que el Casino Orcelitano está lleno de viejos hartos de ver pasar el tiempo. Que pena de edificio. Con lo que allí se cocía. En Orihuela había varios ateneos en la sociedad oriolana del siglo diecinueve. Desde 1888 han pasado tantos años como sucesos históricos. Llegó el tren a Orihuela que fue como agua de mayo, se hizo la Glorieta y al acabar el siglo perdimos Cuba, Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas. Llegó y se fue Alfonso XIII. El desastre de la Guerra Civil parió la Democracia Orgánica de Franco y bajo el reinado de Juan Carlos I se alumbró la democracia nuestra de cada día. Todos esos vaivenes también lo ha sentido en mayor o menos medida el pueblo de Orihuela y el casino sigue ahí, presidiendo solemnemente la calle Loaces.
En sus salones aún huele a imperio y hasta hace no mucho se reunían el señorío y los terratenientes ilustres, ilustres por la cantidad de tahúllas que poseían, además de otros oriolanos dignos de sus sillones en los que mediante la puesta en escena de los intereses particulares, se trazaban, a grandes rasgos y de tarde en tarde, sus estrategias de futuro tanto políticas como empresariales.
En esas tertulias fue donde se decidió que la futura ciudad de Orihuela siguiese la senda para ser un gran pueblo y creo que lo hemos conseguido sin mucho esfuerzo.
Así que ante la falta de estrategias reales que conseguir, esos pensadores de sillón ya ni van o han pasado a mejor vida. Los años no perdonan. Cada temporada quedan menos mirando a través de los cristales y entre los presentes, se hablan poco o lo tienen todo dicho. No encuentran excusas para entablar batallas dialécticas sobre lo humano y lo divino. También se han perdido los trajines de los bailes de las Fiestas del Azahar en los que se presentaban en sociedad a las mujercitas y la vuelta a los puentes quedan para las procesiones y desfiles callejeros.
Lo que no se ha perdido en el tejido oriolano y lo lastra por el camino eterno es el gusto por los viejos valores, totalmente en contradicción con lo que necesita no ya el Casino de Orihuela sino la propia ciudad que arrastra un complejo de pueblo que no se lo puede quitar de encima aunque vista de etiqueta. No estoy diciendo que salga un espontáneo que lo tire al suelo de madrugada como sucedió con la Casa del Inquisidor previo corte de calles municipal la tarde anterior. No, eso no que va contra la ley. Hace falta una apuesta valiente que tumbe simbólicamente la nostalgia que amera sus salones y nazca un edificio multiusos catalizador de ocio y cultura para todos los públicos en un mismo concepto arquitectónico.
Pero la resistencia es fuerte y la gente no quiere aunque diga que si. Y eso que la sociedad oriolana es distinta a la de hace cien años, pero sigue gustosa de mostrar sus rancios matices, esos que la hacen también universalmente conocida.
Menos mal que la Semana Santa le dará un poco de vidilla al viejo edificio como al abuelo un día de visita. Mientras tanto, de tarde en tarde cuando paso caminando por delante de los hermosos ventanales del Casino, veo tras el cristal la idiosincrasia oriolana, atenta para que todo esté en su sitio, viendo a la gente pasar, como las oportunidades.

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