Un café y el trago del pagaré
Ponme un café que te firmo enseguida un pagaré!. A este paso y con tanto papel, el propietario de la cafetera va a tener que hacerse un ERE vista la poca capacidad crediticia de sus clientes. Encima está afiliado al régimen especial de trabajadores autónomos por lo que sus expectativas de supervivencia en el sistema son mínimas y las ayudas del gobierno no llegarán ni a salpicarle.
Un día antes de cerrar su bar, el tabernero escuchó un programa de televisión en el que unos ilustrados contertulios discutían sobre la responsabilidad de la crisis económica. Que si la culpa es del pepé que no empuja del carro o la culpa es del pesoe que como mal hombre del tiempo pronosticó días de vino y rosas.
El tabernero, que no entiende de índices macroeconómicos ni de artefactos financieros, apagó la tele, echó la persiana, comenzó a andar y a darle vueltas a la cabeza llegando a la temprana conclusión de que la culpa no es sólo del político de turno o de un gobierno determinado.
No nos hemos enterado que estamos metidos en una crisis que aún no ha manifestado todas sus posibilidades. Parece como una noticia de la tele y sin embargo está tocando ya casi todas las puertas.
De momento la gran teta de las prestaciones y subsidios mantiene la ilusión por un futuro mejor. El sistema está fallando y lo que realmente peligra es el propio concepto de Estado de Bienestar, ese sistema que nos protege, nos acurruca y nos lame las heridas cuando el asunto sale mal.
Nos hemos acostumbrado a menospreciar la responsabilidad de nuestros actos y nos equivocamos cuando trasladamos la culpa al Gobierno al sentir los efectos de esta crisis.
Zapatero Presidente no es santo de mi devoción aunque parezca como iluminado por Zurbarán, pero al quejarnos deberíamos empezar por recordar la alegría con la que cogíamos el fruto prohibido en las entidades de crédito, a las que entrabas a poner la cartilla al día y la pregunta que te hacían era: «¿cuantos millones quieres?». Así de alegres y cantarines salíamos del banco con unos cuantos cientos de miles de euros mas para quemar y unos compromisos para los que no estábamos preparados. Así que si nos paramos a pensar como el tabernero y llegamos a la conclusión de que el festín ha terminado y la ilusión se ha esfumado, lo último que debemos hacer es dar otra vuelta de tuerca.
Estamos a un paso de exigirle al Gobierno que se haga cargo de nuestros compromisos, de nuestras deudas, de nuestros gastos personales, en definitiva, de nuestra vida. Entraríamos de lleno en un sistema completamente planificado. Eso es el comunismo en su estado puro, tan duro como un látigo para la democracia liberal.
Debemos dejar de lamentarnos, comenzar a trabajar y pensar que para salir de esto sólo hay un truco: la maldita austeridad. Y pensar que si perdemos algo en el camino es por que realmente no era nuestro.
Por que si seguimos así, en un futuro no muy lejano pueden llegar a planificarnos desde el Gobierno los hijos que debemos tener y a quien hay que votar, para el bien del Estado, por supuesto. Sea libre hombre y abandone su propio muro de lamentaciones.
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