El taxista de Madriz y la mosca del vinagre
Estoy en tierra de nadie, en Madrid, y tengo las mismas ganas de llegar a Alicante que cuando salí. El rodaje en pista fue eterno y la maleta tardó demasiado en salir por la cinta de la terminal. Salgo por una puerta de Barajas bufando como un toro por perder el vuelo chollo de Internet de cincuenta y pocos euretes que me hubiese llevado al Altet en un santiamén. El resto de aviones llenos, así que toca tren hasta Alicante. No tengo ganas de arrastrarme por más ventanillas. A partir de aquí empieza el día de verdad y lo malo es que no será el último imprevisto viéndole la cara al taxista del Skoda que espera apoyado en el maletero como un vaquero del salvaje oeste.
Estoy cansado, no tengo ganas de tonterías, que me las veo venir en los dos metros que faltan para llegar a su altura. Saludo con sonrisa de escenario por lo de la educación cortesía relaciones humanas y todo eso sin inmutarse.
Me desconcierto aún más cuando ordeno el equipaje en el maletero, faena que hacen ellos normalmente. Es el momento de decir el destino al cochero. En este momento tengo un problema, no me acuerdo del nombre de la estación de trenes donde salen para Alicante y con toda naturalidad o ingenuidad, según se mire, le digo al castizo desde el asiento trasero que me lleve donde salen los trenes para Alicante. A los diez metros de carrera responde desairado que no sabe de donde salen los de Alicante, así que aclarando destino que Madriz es muy grande, con gerundio y todo. No estoy en situación de sortear a este cretino. Me entran unas ganas locas de irme del Skoda para evitar herirle en sus sentimientos por una mala palabra o un copón de película. Le digo que un taxista conoce la ciudad a la perfección, respondiéndome con educación navajera que el que tiene que ir a Alicante era yo. La cosa se pone a mil. Oigo mis nudillos. Puede ser que tenga razón este imbécil así que me relajo observándolo desde atrás.
Desde su sillón, conduce sin prisa, a lo pachón, con una mano en los huevos y la otra en el volante, lamiendo un palillo a lo John Wayne de esos que duran toda la película y con aspecto de taxista de Marrakech, que puestos a comparar, este es único. No quiero zanjar el tema a lo salvaje oeste por un currante que siquiera aceptaría una explicación razonada así que he decidido y eso sí que lo puedo decidir yo, que la carrera terminará en el próximo semáforo.
Prefiero ir andando a ser conducido por este elemento que está sacando lo peor de mis entrañas. De pronto nos adelanta una camioneta de reparto con el nombre de la controversia en el lateral y le digo como si no hubiese pasado nada que me acercase a la estación de trenes de Chamartín de Madriz que desde allí salen los de Alicante, Hendaya y París.
¡Madre mía! Está llena de gente, de maletas, de colas en ventanilla, total, que no hay billete para Alicante ni en el borreguero y hablando de borregos el taxista de Barajas me ha recordado que las moscas del vinagre son quizás más útiles para la sociedad. La NASA lo sabe y lleva gastado un montón de pasta en el estudio de esos mosquitos. ¡Qué se le va a hacer! Hay especies de seres vivos que ya nos van poniendo el intermitente. El taxista no merecía propina.
0 comentarios