Mendigo de clase media
Tras el festín a negocios y riesgo en vena, llega el empacho financiero amenazando corte de digestión general. Los que tenían mucho dinero han cerrado el grifo. Hay casos particulares sangrantes, de juzgado de Garzón. Nadie le presta a fulano el dineral necesario para escriturar un piso del que ya pagó sesenta mil euros a mengano, para su desgracia, en negro. Como los males no llegan solos, el jefe de fulano lo despide por que en las mismas entidades financieras que daban el oro y el moro no negocian los pagarés y ya se sabe que este país funciona con el pagaré cuando me de la gana pero quien deja de hacerlo en serio arrastra a otros en una larga cadena de no puedo, no tengo, espérate, denúnciame.
No queda dinero ni para subvencionar esas grandes políticas de occidente que nos hacen distintos a los del tercer mundo así que los de la bici, el medio ambiente y el cambio climático por los polos van a tener que ofrecer el asunto en mejor momento. El niño de Malí tendrá que buscarse otro padrino y espero que Al Qaeda no tenga sucursal en Bamako. El viaje previsto se cancela, la boda se anula y el compromiso sentimental se pierde tan rápido como el dinero en San José. La separada coexiste con el separado al no tener donde ir así que el sábado cenarán los cuatro en casa. El pedigüeño del descampado mira ya de reojo al ser la cuarta vez que paso de largo sin soltarle esta semana. Espero que no mande al cobrador del frac, qué sofoco. Como me dijo un recién mendigo no reconocido todavía, “la todavía falta de necesidad y la abundancia de vergüenza no me dejan pasar por Cáritas ni por la Cruz Roja ni por el mejor contenedor de Orihuela (…) tampoco en el ayuntamiento me dan el trabajo que prometieron, tenía que haber pegado carteles en la campaña, tenía que haberlo hecho, Jesús”.
Y es que echarle la culpa a cualquiera solo alarga la agonía que al final nos va a pasar peor que a los italianos que van a la playa, llueve y maldicen al gobierno. En esas estoy cuando de repente me doy cuenta que el famélico Luciano el de Jaén, mendigo de carrera al que le cayó la lotería la semana pasada y gustaba de contar la parábola de las diez vírgenes –Mateo 25:1-13, ya no se encuentra allí. Surgen preguntas materialmente existenciales, ¿seré yo ahora un mendigo de clase media? ¿Seré un mendigo con zapatos de doscientos euros y calzoncillos Calvin?.¿Ha soltado el mundo un eructo de tal magnitud que tiembla el sistema financiero levantado a base de clara de huevo y azúcar? ¿Puede el mendigo presentar suspensión de pagos?
Al recién parido mendigo no le quedan ambiciones, las pierde en el trance del parto mientras es expulsado de su mundo amniótico. Pasa de ser un tipo pudiente que se comía el mundo a golpe de tarjeta de crédito y préstamo hipotecario a esperar horas en la cola del Servef para cobrar la primera limosna del estado de bienestar llamada subsidio. Lo malo es que las cuentas del Estado español y las del Consell valenciano están como para pedirles una beca de intercambio de números rojos a ver cual de ellas brilla más a oscuras.
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