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Jesús Ruiz...desde Orihuela

El último de infantería

El último de infantería
Callejear con el coche desde Ociopía al centro urbano se asemeja al vía crucis de Viernes Santo. He escogido un itinerario distinto para llegar a casa. No quiero tragarme la cola de antes de ayer. Pero otra vez me he metido en la trampa. Como de costumbre, colapsado. Si pretendía esquivar la kilométrica cola del Palmeral me he encontrado ahora a la altura del Museo San Juan de Dios con la cola de la cola. Los coches parados. Seguro que esta tarde hay retención hasta en la cuesta del Seminario. Al rato andamos y volvemos a parar. Parece que estamos encima de una cadena de montaje siendo la atracción ver pasar la calles y la gente. Más aún cuando desde el Puente Viejo se divisa a lo lejos el brazo extendido de una grúa con canasto con luces de discoteca. No, no es un baile de reinonas con plumas de gallina loca ni son las máquinas de la guerra de los mundos. Son los de las guirnaldas de navidad instalando sus luces para el encendido oficial. Aquí cada uno va a lo suyo. Si en esta ciudad se pensase con la cabeza, estos chicos trabajarían de noche para no incordiar y todos estaríamos más seguros. Se han instalado donde mejor realizan su trabajo entrando en conflicto con la fluidez del tráfico y la paciencia de los conductores.
Pero es posible que esté en un error ya que la cola se perdía por la Glorieta. Supe en quince minutos la causa de la retención. A lo lejos, junto a un semáforo que hacía su trabajo cambiando los colores había un coche en generosa segunda fila. Seguro que el conductor tenía asuntos importantísimos los cuales sin más no podían esperar. El resto, aguantamos en la fila, lenta como la de la procesión de Martes Santo. No estoy en la cola por gusto o porque tengo ganas de pasear sobre ruedas por el centro urbano. La carencia de circunvalaciones en Orihuela forma este carrusel circulatorio a diario. La ciudad está dotada de pedazos de grandes calles que acaban en callejones y giros imposibles parecidos a los del tablero de Play Mobil o a los parques infantiles de tráfico. Creo que los del Google Earth están observándonos para entender las relaciones lógicas de nuestra trama urbana y aplicarlas a ciudadelas sin orden como las favelas cariocas.
Pero no por mucho estudiar se llega a casa más temprano así que allí estuve, en la calle José Antonio formando parte de la procesión involuntaria. De pronto un tímido pito desencadena una pitada tremenda. Una explosión de rabia. Una berrea callejera. Un verdadero concierto sin director en el que el sonido se vuelve estruendo. De pronto y sin explicación se amaga el escándalo. Desconozco el motivo hasta que veo al policía Enrique andando hacia el problema. Allá va, a resolver. Es de infantería. No quiere trinchera, ni falta que le hace. Le está recordando las normas básicas de conducta al de la segunda fila con tal convicción, que ni Arnaldo Otegui replicaría la papeleta. Se restaura la fluidez de forma engañosa. Otro atasco, ahora en la Barrera. Otra vez el de antes en generosa segunda fila. Segunda berrea callejera con un Do mayor de camión acompasando la sonora pitada. De pronto, silencio. Allá va. Es Enrique. El último guardia de los de infantería. Ahora si.

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